Como percibimos los sonidos

No damos importancia a la percepción de los sonidos hasta que algo nos perturba dicha percepción. La mayoría de nosotros da por sentado que podemos focalizar nuestra audición a lo que queramos: la conversación con los familiares y con los amigos, los cantos de los pájaros en primavera, el sonido del agua de lluvia, etc. Hemos aprendido a aceptar que la percepción de los sonidos con frecuencias sonoras elevadas (sonidos agudos) va a disminuir gradualmente con la edad, pero tenemos un trastorno cuando percibimos un sonido extraño, ajeno a los sonidos que nos rodean, que puede ser un susurro, un pitido, parecido al sonido de una máquina, etc. que conocemos como tinnitus.

Con frecuencia el tinnitus es causado por exposición al ruido, por lo que es importante entender en qué consiste el proceso de percepción del sonido, y como el aparato auditivo puede dañarse. Cuando se compren-den las causas de este daño es posible prevenirlas para evitar mayores deterioros. Incluso en el caso de que el tinnitus sea consecuencia de la presbiacusia (nombre dado a la pérdida auditiva por el envejecimiento) el conocimiento del mecanismo generador del tinnitus puede ayudar a prevenir mayores perjuicios.

El oído es un mecanismo complejo. Se divide en oído externo, medio e interno, y contiene un conjunto de elementos muy delicados e interrelacionados, diseñados con el objetivo crucial de ayudarnos a navegar por el mundo. El oído externo, que conocemos por oreja es un cartílago rígido recubierto de piel. Recibe los sonidos y los conduce a un canal interior que termina en una membrana denominada tímpano conectada a los pequeños huesos existentes en el oído medio que conocemos por yunque, martillo y estribo. Cuando las ondas sonoras exteriores llegan al tímpano hacen que éste vibre y transmita la vibración a los pequeños huesos del oído medio. Las vibraciones se transmiten finalmente a la cóclea, órgano en forma de caracol situado en el oído interno. La función de la cóclea es transformar las vibraciones consecuencia del sonido percibido en impulsos nerviosos que viajan hasta el cerebro. Es decir, el oído interno es donde se origina el impulso nervioso que el cerebro deberá identificar.

Nuestro sistema auditivo presenta un increíble nivel de “ingeniería biológica”. En el interior de la cóclea se encuentra el órgano de Corti, que contiene entre 16.000 y 20.000 células ciliares vitales para nuestra audición. Cuando la energía con la que la vibración del sonido llega con potencia suficiente a las células ciliares, éstas se mueven generando impulsos eléctricos que son conducidos por el nervio acústico al cerebro, al área que procesa los estímulos sonoros o córtex auditivo. Es decir, el córtex auditivo, que es el destino final de la comunicación iniciada en el oído, es capaz de analizar la naturaleza del sonido identificando su origen: el canto de un pájaro, las palabras de una persona, la sirena de una ambulancia, etc., al tiempo que permite detectar la intensidad del sonido percibido. Cuando las células ciliares están dañadas o destruidas, pierden la capacidad de enviar la información al cerebro, lo que se traduce en pérdida de audición, tinnitus o en ambos. Las células ciliares están “especializadas” por frecuencias de los sonidos, y suelen ser las especializa-das en sonidos agudos las que se dañan en primer lugar, y es por ello que en la presbiacusia (pérdida de la audición por causa del envejecimiento) son los sonidos agudos los primeros cuya audición queda reducida o eliminada.

Según la naturaleza del sonido percibido en el córtex auditivo, éste transmitirá a otras áreas del cerebro la correspondiente información mediante sinapsis (conexiones entre neuronas). Si el cerebro percibe un sonido que considera un peligro para la persona como un disparo, un trueno, la bocina de una automóvil cercano, etc. desde el córtex auditivo saldrán informaciones hacia las áreas del cerebro que regulan la movilidad para que la persona se proteja en el caso del disparo, se desplace a un lugar cubierto en el caso del trueno, o se aparte del recorrido del automóvil en el caso de percibir una bocina cercana.

Las células ciliares son tan sensibles como complejas. Pueden resultar dañadas, sea temporalmente sea permanentemente, por distintos hechos que nos pueden ocurrir: traumas acústicos (soportar ruidos de ele-vada intensidad de forma continuada), infecciones, fiebre, fármacos ototóxicos, y por envejecimiento que es un caso muy frecuente. La percepción de un ruido intenso y constante puede literalmente aplastar las células ciliares haciendo que no funcionen correctamente. Imagine a alguien paseando sobre la hierba, la cual se do-blará al pisarla, pero volverá a su posición una vez terminada la presión sobre la misma; sin embargo si el que pasea sobre la hierba lo hace una y otra vez, conseguirá que las hojas que pisa se quiebren e incluso que mue-ran. En la hierba podemos recuperar los daños plantándola de nuevo, en las células ciliares ocurre exactamente lo contrario, ya que una vez destruidas no hay forma de reemplazarlas. Es por lo expuesto que es tan impor-tante convencer a las personas que tienen buena audición y que no sufren tinnitus de que se protejan de ruidos intensos y duraderos, para los que el aparato auditivo humano no está diseñado.

Los pájaros y los anfibios pueden regenerar las células ciliares dañadas, pero los mamíferos, y los humanos entre ellos, no son capaces de hacerlo. Hay varios estudios en curso para desarrollar un fármaco que permita regenerar las células ciliares en los humanos, uno de los cuales se describe en Apat48 . Este estudio, va a pasar a fase III, es decir a ser aplicado en humanos para conocer su eficacia y averiguar si tiene efectos secundarios. Es imposible pronosticar si será un éxito ni establecer un plazo para que esté disponible para su aplicación.

Como es bien sabido la intensidad percibida de un sonido se mide en decibeles, y la medición se puede realizar mediante aparatos como el de la figura.

¿Cuál debe ser la intensidad que se podrá percibir sin que sea dañina según lo explicado anteriormente? Está pregunta es difícil de responder, ya que depende de muchos y muy variados factores, como la frecuencia del ruido percibido, la edad y el estado de salud del sujeto que lo percibe, etc. Nos atrevemos a afirmar que percibir un ruido constante de menos de 60 dB no debería ser dañino para la mayoría de los humanos, pero esta cifra es variable de una persona a otra.

Para saber la intensidad de ruidos habituales sugerimos la tabla siguiente: