Crónica de una hiperacusia (dolorosamente) ordinaria

France Acouphènes publica en su número de marzo 2016, el relato de una persona, Marion B., que ha sufrido hiperacusia por causa de un trauma sonoro. Su relato contiene un mensaje de esperanza, ya que ha podido superarla mediante un tratamiento prescrito por un otorrino basado en la utilización de generadores de ruido blanco.

La mayor parte de nuestros socios y lectores son personas afectadas por acúfenos, pero hay un número de ellos, que no conocemos con exactitud, que tienen hiperacusia, muy grave en algunos casos, y casi siempre acompañada de acúfenos, y por este motivo hemos creído oportuno traducir y publicar este testimonio. Nosotros no podemos ni debemos valorar si el tratamiento recibido por Marion B. es válido y si es aplicable a otras personas con hiperacusia, y por ello nos limitamos a traducir y a publicar el referido testimonio con la esperanza de que pueda ser útil a los socios y a los lectores que están afectados por dicho trastorno.

Ocurrió en el mes de marzo de 2013. Un grupo de amigos me propone descubrir un club en Paris para bailar con la música-electro. Atravesaba un periodo de estrés importante y sintiendo la necesidad de desahogarme, acepté la invitación. Yo llevaba un par de algodones protectores que había colocado a toda prisa en mis oídos; puede que no estuvieran bien colocados pero deberían servir para lo que los había colocado. El ambiente era simpático y ruidoso y se trataba de descargar las tensiones acumuladas. Había que dejarse llevar a través del baile, y reímos muchísimo y las horas pasaban muy rápidamente.

De pronto, siento una leve sensación de incomodidad: la música me parece demasiado fuerte. Doy una vuelta por el club para encontrar un rincón más silencioso y serenar mi audición. Pero este rincón no existía: los lavabos no están aislados del sonido, y en el exterior hace mucho frio, y no tengo otra alternativa que la de volver a la pista. Siento un hormigeo en el fondo de mis oídos pero desaparece rápidamente y me encuentro bien. Supongo que todo es normal.

El día siguiente: un día difícil para mí
Al día siguiente, después de dormir a pierna suelta y levantarme muy tarde, pongo un poco de música, pero veo que alguna cosa no funciona: el volumen de la música me agrede los tímpanos. Me pregunto qué me sucede. Me muevo, pero el ruido de mis pasos atruena mis oídos, y enseguida empiezo a caminar lentamente. Quiero encender una lámpara pero el simple ruido del interruptor atraviesa mis tímpanos, trato de encontrar una forma de encenderla de manera que el interruptor no haga ruido. Quiero enviar un e-mail, y el sonido del tecleo del tablero del ordenador me crepita en la cabeza. El sonido de una página de un libro que se vuelve me molesta. Mi propia voz, al igual que la de los demás, me resuena en los oídos, en particular cuando pronuncio palabras con las consonantes s y ch. Los sonidos me resultan tan dolorosos que tengo una sensación generalizada de fatiga, y decido dormir un poco.

Al despertar, me resulta imposible escuchar el viento, los pájaros, abrir normalmente una bolsita, estar cerca de la cocina cuando quiero hacerme un bistec, comer ensalada, comer patatas chip o pastas secas. Pasan los días, y mis problemas en los oídos siguen, y decido consultar al médico.

Voy al otorrino, y el diagnóstico es una hiperacusia dolorosa consecuencia de un traumatismo sonoro. Mi audiograma es correcto. Me prescriben unas vitaminas y unos corticoides y me dicen que mis dolores iban a cesar ¿En cuánto tiempo? Es imposible saberlo.

Yo deseo mantener mi confianza en el médico. Me tomo mi problema con paciencia y trato de reorganizar mis hábitos de vida, y mi relación con los demás y con el mundo exterior. Compro unas protecciones auditivas y un casco. Inicialmente estas protecciones no son suficientes para soportar una sencilla conversación. Son indispensables para cocinar, lavar la vajilla, ducharme (el sonido del agua que cae es terrible), para conducir, para caminar por la ciudad, pasear por el bosque (las hojas muertas en el suelo son un ruido atroz). Yo utilizo las protecciones para todo. Tengo que reprimir mis deseos de una curación rápida ya que mis oídos no me responden como deseo. Cierro por un tiempo mi lista de proyectos y de actividades. Decido esperar, ya que en mi cabeza todo parece negro y silencioso, con la esperanza que la curación será rápida.

A los cinco meses recupero la normalidad en mi vida
Un día me doy cuenta de que estoy en un automóvil que va a 130 km/hora por la autopista sin las protecciones auditivas. Pienso que he hecho un gran progreso. Me sumerjo en mi nueva sensación de una audición confortable y en los sonidos deliciosos de la música.

En octubre de 2014 me encuentro en una situación absolutamente normal. Mi compañero y yo estamos invitados a una boda en una bella finca en provincias. Suponemos que habrá muchas sorpresas agradables, y una de ellas es que aparece un discjoquey que animará el baile. Yo me coloco mis protecciones auditivas para estar en el baile. Después de escuchar algunas piezas unos dolores intensos y profundos me obligan a salir de la sala y a separarme del grupo. No entiendo lo que ocurre, ya que mis protecciones están bien colocadas. Una vez de regreso a mi casa los dolores desaparecen. ¿Será un problema psicológico? El diagnóstico se sabrá mañana.

Recaída
Me encuentro sumergida de nuevo en el mundo «maravilloso» de la hiperacusia. Mis dolores no tenían origen psicológico. En esta ocasión mis progresos hacia la curación no son tan claros como en la primera ocasión. Mi vida oscila entre los periodos de bienestar y los períodos de recaída (una pecera que se rompió, una moto que pasa, y a veces sin saber el motivo). El más leve esfuerzo que da lugar a un sonido genera de alguna forma una onda sonora que me provoca un gran dolor. Ceso de trabajar por un tiempo. Me despido de las tertulias con amigos y con la familia, de las conversaciones telefónicas, no salgo de mi domicilio ni hablo con nadie salvo en caso de extrema necesidad, ya no me río nunca. Mis ruidos internos también se amplifican: respiración, deglución, masticación, etc. Me vuelvo irritable. Es una locura los ruidos inútiles que la gente produce. Me doy cuenta de que odio a las personas felices. La verdad es que no me reconozco.

En cuanto al problema físico, tengo dolores permanentes en el fondo de mis oídos, en el cuello, en la mandíbula, y me aparecen acúfenos variantes. Trato de olvidarlos, pero la hiperacusia sigue ya que no la puedo olvidar. Dormir y el silencio son los únicos consuelos. Se acabaron los proyectos, han llegado las ideas negras. Consulto a tres otorrinos. Todos me responden que es preciso tener paciencia y relajarse. Me prescriben corticoides, sofrología, acupuntura, vitaminas, homeopatía y reposo, pero nada de ello consigue mejorar mi situación.

¿Estoy condenada a vivir en silencio hasta el fin de mis días? ¿Las personas más cercanas a mí están obligadas a evitar todo ruido cuándo están conmigo?

Finalmente un tratamiento
Han pasado ocho meses, y la hiperacusia se mantiene. Yo no salgo de mis dudas, mis angustias, mi aislamiento. Me muevo para entrar en contacto con otras personas afectadas por la hiperacusia como yo. Me recomiendan un otorrino especializado con el que concierto una visita. Un halo de esperanza me invade.

El Dr. F.B.F. coordina una unidad de tratamiento en Burdeos. Es evidente que sabe de lo que le estoy hablando. Con la ayuda de varios test psicoacústicos y un balance preciso sobre mis niveles de incomodidad, me propone un tratamiento de ocho meses basado en el empleo de generadores de ruido blanco.

En seis meses de tratamiento los resultados son notorios. Antes del tratamiento yo no soportaba un ruido de 40 dB, y cuando escribo este testimonio, mi nivel de incomodidad se sitúa a 76 dB.

Me faltan todavía dos meses de tratamiento y reeducación en los que espero otros progresos. La terapia no es fácil, ya que las capacidades de mis oídos son explotadas al máximo. Pero, aún así mi readaptación al mundo exterior y a los otros se está realizando progresivamente, y sueño que ya tengo el mundo exterior a mi alcance.

Doy las gracias al doctor y a su equipo, y expreso mi reconocimiento a mi familia que ha sabido comprender mis dificultades, y sobre todo a mi compañero que me ha ayudado incondicionalmente y sigue ayudándome ahora.

No se debe perder la esperanza. Tanto si la causa de la hiperacusia es un traumatismo sonoro como si tiene otro origen, existen soluciones concretas para combatirla que pueden ser prometedoras si el profesional sanitario, el otorrino en mi caso, conoce bien el problema y se implica en el tratamiento de su paciente.

Marion B.